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La profundidad del Mar Amarillo

Ocho años antes de la primera temporada de ‘True detective’ (2014), y cuatro antes de su primera novela, ‘Galveston’ (2010), Nic Pizzolatto ya imaginaba las marismas pútridas de su Louisiana natal y los descampados de la vecina Tejas, con cipreses de los pantanos, garzas blancas y negros pozos de petróleo bombeando, con campamentos de caravanas oxidadas y cabañas perdidas en medio del ‘bayou’ en las que a gente fea y triste les pasan cosas feas y tristes. En 2006 agrupó esas primeras historias, publicadas como relatos breves en diversas publicaciones, en su primer libro, ‘Between here and the Yellow Sea’, publicado ahora en España como La profundidad del Mar Amarillo (Salamandra).

En aquellos 11 cuentos, de los que apenas un par flojean respecto al nivel medio de lo que Pizzolatto ha acabado escribiendo al cabo de los años y pocas veces se escapan de ese paisaje, las narraciones vuelven a ser otra vez reversas, decapando la realidad hasta que se revela la profundidad de las heridas del pasado. Eso sí, si una de las características que compartían ‘Galveston’ y el primer ‘True detective’ era la idea del sacrificio final como forma de redención, aquí las cosas son aún peores. Sus personajes acaban hundiéndose en el fango, sin apenas excepciones. Pero uno de los tics de Pizzolatto que más le ha reprochado la crítica feminista aquí aparece en estado puro; el venenoso dibujo de sus personajes femeninos.

LAS MUJERES

En ‘La profundidad del mar Amarillo’, de nuevo, no hay ni una mujer que salga bien parada. Hay virginales 'cheerleaders' que hoy se dedican al cine porno con el nombre de guerra de Mandy LeRock, madres beatas de personalidad destructiva, hijas que se escapan de la pobreza y triunfan en California dejando en la estacada a la familia, hermanas celosas, camareras ansiosas de encontrar a alguien que les caliente la cama pero que no van más allá de tres noches, muchas mujeres infieles a sus maridos… Y todas esas mujeres dejan detrás de sí un reguero de hombres rotos. Hijos que no saben quién es su padre, hombres que quieren saber quién es su hijo, adolescentes que deambulan por los pantanos disfrazados de veterano del Vietnam, patéticos apostadores humillados por su hijo y su nueva novia en pleno hipódromo, padres que suplen el vacío que les ha dejado perder su trabajo en la refinería buscando extraterrestres en el cielo con el bebé en brazos mientras ella está trabajando, saltadores al vacio desde el gran arco de Saint Louis, al grito de ‘banzai’, que no pueden soportar la idea de volver a arrastrar consigo a una chica a la muerte…

La profundidad del mar Amarillo
LA CLAVE ROBICHEAUX

Ya en ‘Galveston’ había una pista de que Pizzolatto era muy consciente de su dependencia de las novelas negras sureñas de James Lee Burke, protagonizadas por el detective Dave Robicheaux: Roy Cady, el protagonista de esa novela, en su huida adoptaba el nombre de John Robicheaux, tomando prestado el apellido de su primer patrón, Harper Robicheaux, al que le unía una muy especial relación paternofilial. Pero por si no bastaba con hacer a su protagonista en cierto sentido hijo del personaje de James Lee Burke, descubrimos ahora que en ‘La profundidad del Mar Amarillo’ el apellido ya aparecía, en la figura de un estibador con sangre en las manos, Lee Robicheaux, combinando en este nombre, aún más explícitamente, al escritor sureño y a su criatura de ficción.

Así que quien quiera seguir chapoteando en las miserias de los pantanos de Louisiana, quien no haya tenido suficiente con dos libros y dos series de Pizzolatto (o quien haya decidido, con la segunda temporada de ‘True detective’, retirarle el crédito), ya tiene una indicación clara: póngase con James Lee Burke.

Y una aclaración: el Mar Amarillo del título no tiene nada que ver ni con ‘El rey de Amarillo’ de Robert William Chambers ni con la Carcosa que tantas vueltas hizo dar a las cabezas de los seguidores más mitificadores de ‘True detective’. Es todo mucho más literal: se trata del mar en cuyas profundidades los peces pueden estar comiéndose el cadáver de cierto marinero. 


Fuente: Ernest Alós para El periódico.com

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