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Vibia Perpetua, primera escritora cristiana

En efecto, en la antigüedad son escasos los escritos de una mujer en cualquier pueblo o cultura. Perpetua, primera escritora cristiana, poseía una amplia cultura, un carácter fuerte y una gran sensibilidad; por su obra y por su testimonio mereció el título de “madre de la Iglesia ”. La historia de su martirio fue popular durante los siglos IV y V.

Sin embargo, ni siquiera San Agustín se apiadó de ella, dice Angélica Gorodischer, "total, era solo una mujer, y hablando de la Passio en donde ella contaba su desolación, dijo que bah, total, no es más que otro gimoteo de una mujer que va a morir. Y desde entonces, pasando por una edad media fértil en mujeres que escribieron, sobre todo textos religiosos; por otros siglos más cercanos al nuestro, en el que nunca pero nunca dejamos de escribir."


Se llamaba Vibia Perpetua, era una joven mujer de 22 años de la ciudad de Cartago y pertenecía a una familia rica y muy estimada por toda la población.


En el año 202 el emperador Severo mandó matar a los que siguieran siendo cristianos y se negaran a adorar a los dioses “romanos”.

Perpetua estaba celebrando una
reunión religiosa en su casa cuando llegó la policía del emperador y la llevó prisionera, junto con su esclava Felicidad y los esclavos Revocato, Saturnino y Segundo. Mientras estaba en prisión, por petición de sus compañeros, fue escribiendo el diario de todo lo que le iba sucediendo.
Este diario completado con la narración del martirio de Perpetua, recibió el título de La Pasión de Perpetua y será inmensamente estimado en la antigüedad.
Dice Perpetua en su diario: “Nos echaron a la cárcel y yo quedé consternada porque nunca había estado en un sitio tan oscuro. El calor era insoportable y estábamos demasiadas personas en un subterráneo muy estrecho. Me parecía morir de calor y de asfixia y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan de pocos meses y que me necesitaba mucho. Yo lo que más le pedía a Dios era que nos concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y luchar”.

Afortunadamente, al día siguiente llegaron dos diáconos y convencieron a los carceleros para que pasaran a los presos a otra habitación menos sofocante y oscura que la anterior. Fueron llevados a una sala a donde entraba la luz del sol, y donde no estaban tan hacinados. A Perpetua que era madre de un niño de pocos meses le permitieron ver a su hijito. Ella dice en su diario: “Desde que tuve a mi pequeño junto a mí, ya aquello no me parecía una cárcel sino un palacio, y me sentía llena de alegría. Y el niño también recobró su alegría y su vigor”.
El jefe del gobierno de Cartago llamó a juicio a Perpetua y a sus servidores. La noche anterior Perpetua tuvo una visión en la cual le fue dicho que tendrían que subir por una escalera llena de sufrimientos, pero que al final de tan dolorosa pendiente, estaría en el Paraíso. Ella narró a sus compañeros la visión que había tenido y todos se propusieron permanecer fieles en la fe hasta el fin.

Primero pasaron los esclavos y el diácono Sáturo, que los había instruido en la fe, preparándolos para el bautismo, y se había unido a ellos en la cárcel. Todos proclamaron ante las autoridades que ellos eran cristianos y que preferían morir antes que adorar a los falsos dioses.

Luego llamaron a Perpetua. El juez le rogaba que ella que era una mujer muy joven y de familia rica, dejara su fe y que se pasara a la religión pagana para salvar su vida. Pero Perpetua proclamó que estaba resuelta a ser fiel a Cristo hasta la muerte. Entonces llegó su padre (el único de la familia que no era cristiano) y de rodillas le rogaba y le suplicaba que no persistiera en llamarse cristiana. Que por amor a su padre y a su hijito, aceptara la religión del emperador. Ella se conmovió intensamente pero terminó diciéndole: “¿Padre, cómo se llama esa vasija que hay ahí en frente? Una bandeja, -respondió él-. Entonces: A esa vasija hay que llamarla bandeja, y no pocillo ni cuchara, porque es una bandeja. Y yo que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de ninguna otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser para siempre.

Y añade Perpetua en su diario: “Mi padre era el único de mi familia que no se alegraba porque nosotros íbamos a ser mártires por Cristo”.

El juez decretó que los tres hombres serían llevados al circo y allí delante de la muchedumbre serían destrozados por las fieras el día de la fiesta del emperador, y que las dos mujeres serían echadas amarradas ante una vaca furiosa para que las destrozara.

La “esclava” Felicidad que estaba por esperar un hijo, en los días del proceso dio a luz una linda niña. Durante el parto un carcelero se burlaba diciéndole: “Ahora se queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuando le lleguen los dolores del martirio qué hará? Ella le respondió: Ahora soy débil porque la que sufre es mi pobre naturaleza. Pero cuando llegue el martirio, lo que voy a padecer no lo padeceré yo, sino que lo sufrirá Jesús por mí”.

A los condenados a muerte se les permitía hacer una Cena de Despedida. Perpetua y sus compañeros convirtieron su cena final en una Cena Eucarística. Dos diáconos les llevaron la comunión, y después de orar y de animarse unos a otros se abrazaron y se despidieron con el beso de la paz. Todos estaban alegremente dispuestos a entregar la vida por proclamar su fe en Jesucristo.

El diácono Sáturo había logrado convertir al cristianismo a uno de los carceleros, llamado Pudente, y le dijo: “Para que veas que Cristo sí es Dios, te anuncio que a mí me echarán a un oso feroz, y esa fiera no me hará ningún daño”. Y así sucedió: lo amarraron y lo acercaron a la jaula de un oso muy agresivo. El feroz animal no le quiso hacer ningún daño, y en cambio sí le dio un tremendo mordisco al domador que trataba de hacer que se lanzara contra el diácono. Entonces soltaron a un leopardo que destrozó a Sáturo. Cuando el diácono estaba moribundo, untó con su sangre un anillo y lo colocó en el dedo de Pudente y este aceptó definitivamente volverse cristiano.

A Perpetua y Felicidad las envolvieron dentro de una malla y las colocaron en la mitad de la plaza, y soltaron un toro bravísimo, el cual las corneó sin misericordia. Perpetua se preocupaba por irse arreglando los vestidos y los cabellos para no aparecer como una llorona pagana. La gente emocionada al ver la valentía de estas dos jóvenes madres, pidió que las sacaran por la puerta por donde llevaban a los gladiadores victoriosos. Perpetua, como volviendo de un éxtasis, preguntó: ¿Y dónde está ese tal toro que nos iba a cornear?

Pero luego ese mismo pueblo cruel pidió que las volvieran a traer y que les cortaran la cabeza allí delante de todos. Era el 7 de marzo del año 203. Ser cristianos en esa época constituía un riesgo cotidiano: el riesgo de terminar en un circo, como pasto para las fieras y ante la morbosa curiosidad de la muchedumbre. A su padre, que le suplicaba y le recordaba que bastaría una palabra de abjuración y ella regresaría a casa, Perpetua, llorando, repetía: “No puedo, soy cristiana”.

 
Fuente: Quinto Regazzoni, Wikipedia

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