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Julio Cortázar, entre la vereda y el cielo


En junio se cumple medio siglo de la publicación de Rayuela, la novela de Julio Cortázar que, junto con otras editadas en la década de 1960, marca el ingreso torrencial de la literatura latinoamericana en el canon occidental. Este conjunto de novelas conformarán lo que se conoce por boom latinoamericano. Esta fabulosa simultaneidad editorial, alentada por el márketing espontáneo y coincidente que le prestarán la revolución cubana y las insurrecciones de orientación socialista, desencadena una ola inédita de lectura.
El boom y Rayuela, en particular, consolidaron innovaciones literarias de las vanguardias de los años 20 y produjeron una modernización masiva de todas las representaciones, también en el cine y el teatro. Acaso el boom inventó el sentimiento de “latinoamericanidad”, a menudo teñida de folclore y mitología y, por lo general, impulsora de la radicalización política. Esta serie de videos se propone celebrar los 50 años de Rayuela y el Centenario Cortázar el año próximo, a través del diálogo con diversos autores, formados bajo la influencia de su narrativa. También se ofrecerán artículos históricos del archivo de Clarín.
Rayuela es, fuera de dudas, la novela argentina que más influyó en nuestra literatura y en narradores de las más variadas tradiciones. Su aparición hizo que lucieran anticuados estantes enteros de narrativa leída hasta ese día; en este sentido, estableció un nuevo patrón de valor. A la vez, hizo el retrato y trazó la utopía (individualista y a la vez comunitaria) de una vida más intensa. Cincuenta años después, sigue vendiendo unos 30 mil ejemplares por año en su lengua original, a lo que se debe sumar las diversas traducciones. Uno de sus aspectos singulares es que, pese a tratarse de una novela formalmente innovadora y, por lo tanto, de lectura exigente, tuvo gran impacto popular. La novela desbordó hacia la vida. Menos de una década después de haber sido publicada Rayuela, los cuentos breves de su tomo Bestiario, editado en 1951 y arrumbado en el depósito de la editorial Sudamericana, entraron en la currícula de las escuelas como una de las cumbres del cuento fantástico argentino. El montaje y los cortes temporales de la novela, junto con su particular forma de diálogo, cundieron en grupos de estudio y talleres literarios hasta convertirse en el dogma excluyente de la narrativa. En este sentido, no deberíamos atribuir a Rayuela sus imitaciones ni el hartazgo estilístico que provocó.
Una placa en una calle de Ixelles, suburbio de Bruselas, recuerda que allí nació Cortázar, “enormísimo cronopio”. Según él mismo, su país de nacimiento fue “accidental”, debido a que su padre tenía un trabajo técnico como asesor económico de la misión argentina en Bélgica. El 26 de agosto de 2014, cuando su partida de nacimiento será de dominio público en Bélgica, se sabrá a ciencia cierta su nombre de registro.
A los cuatro años Julio Florencio, alias Cocó, llegó a Argentina, de donde eran sus padres, al regresar la familia. Pasó el grueso de su infancia en Banfield, recorte suburbano que a menudo da forma a su Argentina. Ejerció como docente de Literatura en Chivilcoy, Bolívar y brevemente en Mendoza. Tras una corta exploración inicial, Cortázar emigró definitivamente a París en 1951, según él mismo, hastiado de que los altoparlantes peronistas le impidieran escuchar en paz las complejidades atonales de Alban Berg. Durante años, incluso después de Rayuela, se sostuvo como intérprete de inglés y francés en la sede parisina de la Unesco, junto a su mujer, la traductora Aurora Bernández. Aurora, hermana del poeta Francisco Luis Bernárdez, fue, como todas sus mujeres, una figura de primera importancia en su obra; desde su muerte, es la albacea estimulante de su legado.
Rayuela cuenta los periplos urbanos y la petite societé de un grupo de emigrados latinoamericanos en Francia, un tópico que se convertiría en central desde los años 70, en el pico del éxodo masivo motivado por las dictaduras de la región –algunos de los capítulos transcurren en una Buenos Aires sin coordenadas precisas. Al producirse el golpe a Salvador Allende, en 1973, Rayuela ya se había incorporado a las apuradas valijas de todo exiliado, sobre todo a las de los artistas y escritores, que recrearon sus tonos y su deriva en decenas de novelas.
Mientras en Buenos Aires se ultimaban las galeras de Rayuela, Cortázar es invitado como jurado a un premio literario de La Habana, cuya reciente revolución él abraza. Se produce entonces lo que se definió como el giro de politización del escritor, que encontrará su expresión más apasionada en el apoyo directo al gobierno sandinista de Nicaragua –donde, a diferencia de Salman Rushdie, él no vió fisuras- y la defensa de los derechos humanos durante las dictaduras latinoamericanas. El compromiso explícito con el socialismo contribuirá en convertirlo en un héroe cultural, el autor argentino más próximo de los lectores. ¿Es Cortázar un intelectual esclarecido o solo un activista? Esta es otra de las preguntas que vamos a tratar de responder, a través de uno de sus compañeros de ruta.
Un tesoro de correspondencia privada, cinco tomos publicados al correr de estos años, expone sus conversaciones, entre otros, con el editor Francisco Porrúa, el audaz responsable de la publicación de Rayuela. Ante él y al comentar su manuscrito, Cortázar observa: “Se da la paradoja de que muchísimas imperfecciones no puedo ni quiero quitarlas, aunque me duelan y me fastidien. Yo creo que nunca se escribió un libro tan a contrapelo, tan a contralibro”.
En un reportaje del periodista Joaquín Soler Serrano, difundido en 1977 por la Televisión Española, Cortázar se mostraba muy al tanto de un fenómeno particular de la novela, que hoy amenaza con desmerecer a Rayuela, a favor de sus cuentos fantásticos. Observaba allí que su público inmediato –por así decir, natural- fueron los lectores jóvenes.
Son desconocidas las mediciones de los públicos lectores de los años 60 pero lo mismo se aplicaba seguramente a las dos primeras novelas de Sábato, némesis personal de Cortázar a juzgar por las cartas a su editor, a quien encarece que su difusión refuerce los aspectos “axiológicos” de su novela: “la continua y exasperada denuncia de la inautenticidad de las vidas humanas y también (((((cosa importantísima en la Argentina))))), la ironía, la irrisión, la autotomada de pelo cada vez que el autor o los personajes caen en la “seriedad” filosófica. Después de Sobre héroes y tumbas, vos comprendés que lo menos que podemos hacer por la Argentina es denunciar a gritos esa “seriedad” de pelotudos ontológicos que pretenden nuestros escritores.” Con los años parece haberse impuesto la interpretación -o una mezquindad que se reviste de gesto iconoclasta- de reducir la novela a literatura de iniciación. ¿Rayuela no es más que literatura juvenil? Esta es una de las preguntas sobre su obra que vamos a explorar a través de la opinión de otros escritores. Quizá una respuesta precisa es la que hace poco daba el joven ensayista Juan Mendoza, al observar que la novela estaba en las bibliotecas de todos aquellos que no tenían más de veinte libros.
Cortázar siguió buscando experimentar, sobre todo como novelista, primero en 62 /modelo para armar y luego en el Libro de Manuel, considerado por algunos una obra fallida. Su libro Los autonautas de la cosmopista, con la colaboración de su esposa, Carol Dunlop, en fotos y textos, abrió un camino sutil y deliberadamente diminutivo para una renovación del relato de viajes.
Julio Cortázar murió en París el 12 de febrero de 1984. Su tumba, cerca de su amado César Vallejo, el poeta peruano, es una de las más visitadas del cementerio histórico de Montparnasse.

Fuente: Clarín

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