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En el mar, con Melville

Columna literaria de Adriana Greco en Programa radial Paranormales




Herman Melville: los otros libros imprescindibles del autor de Moby Dick
Melville

"Inclinándose sobre la borda, Ahab vio de pronto en las límpidas aguas una mancha blanca que subía con maravillosa celeridad, aumentando cada vez más de tamaño, hasta que se volvió y dejó ver claramente las largas hileras torcidas de dientes blancos. Era la boca abierta de Moby Dick, cuyo enorme cuerpo se confundía con el azul del mar"

                                                                                     Moby Dick

Doodle
El 18 de octubre del 2012 el nombre de Herman Melville volvió a parecer en todos los diarios con motivo del 161 aniversario de su inmortal obra maestra, Moby Dick. Desde Google se acordaron de tan singular fecha y decidieron dedicar su famoso doodle a «la ballena blanca», con una representación del capitán Ahab dirigiendo la balsa ballenera fletada desde el Pequod
La riqueza de Moby Dick no sólo está centrada en la narrativa magistral llena de detalles, sino en sus múltiples simbolismos. Esta obra puede ser muchas cosas a la vez; desde un tratado sobre las ballenas con precisiones científicas envidiables, hasta un ensayo teológico en donde se describe la naturaleza del mal y su presencia en la historia de los hombres; pero sobre todo, es una gran aventura, la crónica de un persecución, a bordo del ballenero Pequod, por todos los confines de la tierra del Leviatán que arrancó la pierna del capitán Ahab, la gigantesca ballena blanca que el marino busca, no sólo guiado por una sed de venganza, sino porque para él, Moby Dick es la encarnación del espíritu infernal.
Tres cosas a resaltar de Moby Dick. Por un lado el papel de narrador-protagonista, Ishmael, que nos pone en sus zapatos para llevarnos por los derroteros por los que esta aventura lo lleva, esto provoca que los lectores tengan una identificación casi íntima con éste. Por otro lado, los personajes que Melville plantea están estrictamente delimitados, son precisos, con características muy bien definidas, psicológica, moral y físicamente; de tal modo que podemos imaginar de forma clara a cada uno de ellos, incluyendo a Moby Dick. Por último, gracias a la espléndida y casi exagerada descripción, los escenarios y los acontecimientos son completamente visibles en el imaginario de aquellos que se adentran en la novela.
Pero la bibliografía del autor estadounidense es mucho más diversa que la genial obra por todos conocida.


Herman Melville (Nueva York, 1819) empezó desde muy joven a embarcarse en los viajes de aventuras que inspirarían sus obras, llegando a pasar varios meses navegando en barcos balleneros o conviviendo en una isla del pacífico entre tribus de caníbales.

Moby Dick o la ballena blanca
























La experiencia en estos viajes le permitió, a su regreso a los Estados Unidos, escribir novelas en las que pudo plasmar algunos de los momentos vividos. Así, entre 1846 y 1849, escribió tres libros con esta temática. «Typee, un edén caníbal», –que se convirtió en uno de las obras más vendidas del autor–, «Omoo» en 1847 y «Mardi» y «Redburn» editadas en 1849. Al año siguiente publicó «La chaqueta blanca», en la que cambiaba de registro y contaba sus experiencias en el ejército.


Herman Melville se convirtió en un autor muy prolífico, casi a obra por año, y con un gran éxito en esta primera época. Su libro «Typee, un edén caníbal» llegó a vender más ejemplares que la obra maestra Moby Dick, publicada en 1851. Y es que, a partir de la publicación de la gran ballena blanca, la popularidad y el volumen de ventas de sus novelas descendió hasta llegar a pasar prácticamente al ostracismo, del que solo saldría años después. El análisis psicológico y la profundidad en el tratamiento de la personalidad de los personajes de la que Herman Melville hacía gala en «Moby Dick» solo fue entendida y apreciada con el paso tiempo.
Su principal fracaso llegó con la publicación de «Pierre o las ambigüedades» en 1852. El profundo estudio ético del mal, en todas sus variantes, del que hizo gala en «Moby Dick», se hizo aún más evidente en esta obra. Sin embargo el público dio la espalda al autor.

En 1856 edita «Cuentos de Piazza», una recopilación de sus principales relatos, algunos de los cuales había ido publicando en revistas literarias de la época. Entre todos destaca «Bartleby, el escribiente. Una historia de Wall Street» una obra muy cercana al trascendentalismo del filósofo estadounidense Emerson.

Pero su fama ya había decaído entre los lectores de la época. Así llegamos a 1891, año de su muerte, cuando dejó inacabada una de sus mejores obras, Billy Budd, marinero. La reedición en 1924 del libro sacó del ostracismo al escritor y lo elevó a la altura de genio inmortal de la literatura en la que se encuentra ahora Herman Melville.

El mar fue sin duda la gran pasión de Melville, en sus narraciones se respira el salitre de alta mar, el viento de popa que nos alienta a deslizarnos por sus fascinantes historias, y Benito Cereno no iba a estar libre de esta temática que nadie como él ha conseguido ponerla a su servicio con tanta maestría. Hay que puntualizar que no es una historia estrictamente de ficción, Melville se basó en un libro publicado en 1817 llamado Narrative of voyages and travels in the Northern and Southern Hemispheres’. 
Comienza esta breve obra a bordo de un navío de mercancías -y cazador de focas- que divisa a lo lejos la zozobra de otro mercante desvencijado, casi deshecho que más parece un barco fantasma, que intenta llegar a un solitario puerto sin poder definir su rumbo. Sólo este escueto inicio le vale a Melville para colocar al lector en una situación de extrañeza y misterio que permanecerá a lo largo de toda la historia, consiguiendo imprimir a la narración cierto interés casi desde la primera linea.


Benito Cereno, por Cesare Pavese

C. Pavese, por Marco Ventura
Como ya sucede en la gigantesca Moby Dick, también en este breve y perfecto Benito Cereno el mar es mucho más que un ambiente: es el rostro visible infinitamente rico en analogías, de la misteriosa realidad de las cosas.
Las marismas, los interiores, las palpitaciones, las voces, todo lo que compone el fondo de la singular jornada pasada por el capitán Delano sobre el Santo Domingo, son técnicamente análogos al fondo de ciertos episodios del Purgatorio dantesco (el ascenso, la duermevela, los crepúsculos primaverales y las visiones), símbolo, además de imagen de una opuesta concepción de las cosas: la posible espiritualización evangélica.
Como también la honestidad y simplicidad tan propias de un marino, del escandalizado capitán Delano, son otra de las trágicas bonanzas que se interponen entre el estallido final de la ferocidasd de los hombres y de las cosas. 
El tiempo de la justicia es solamente ilusorio en Benito Cereno: "El demoníaco Babo encuentra la victoria justamente en su condena, y para convencerse de ello bastará pensar en las últimas frases del relato: su cabeza, ese nido de argucias, [...] miraba aquel monasterio sobre el Monte Agonía".
El discurso de Melville tiende a seguir atentamente la realidad interior en todas y cada una de sus manifestaciones más pequeñas, y al mismo tiempo a elevar estos movimientos fugitivos del alma en un fantástico cielo de mito; en el caso Benito Cereno, una intensa atmósfera de bonanza que no es paz, sino presentimiento de abismo. Sucede, que es este, el más perfecto de sus cuentos, como por otra parte en toda obra maestra, de poesía, la riqueza de la invención debe ser antes que nada, gozada frase por frase. 
En otras palabras, cada imagen de esta fantasía refleja en sí misma, como el ojo la imagen, el panorama de toda la obra.


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