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portada de 'El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia'
El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia

de Patricio Pron

Un joven escritor argentino regresa a su país de origen para despedirse de su padre enfermo y se adentra involuntariamente en la historia de su familia a la vez que en la suya propia. Al hacerlo, procura comprender quién fue su padre y en qué creyó durante los años que precedieron a su nacimiento, un período de convulsión política en Argentina lleno de atrocidades y clandestinidad. También descubre que su padre buscaba antes de morir a un hombre desaparecido en extrañas circunstancias y se pregunta si en su historia y en la de su padre no hay una simetría. Desde el primer momento se intuye la gravedad del asunto, que apunta al sustrato podrido de una pequeña comunidad en la Pampa argentina, pero también una segunda simetría: el desaparecido era el hermano de una joven amiga de su padre secuestrada y asesinada por las fuerzas represivas del Estado argentino en 1977, y la búsqueda del joven escritor argentino que narra esta historia se convierte en la de un padre pero también en la de una respuesta, por dolorosa que ésta sea.
El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia aborda un tema político, familiar y doloroso; la responsabilidad de los padres y abuelos en los hechos trágicos de la historia reciente, no sólo argentina, si no, de cualquier lucha en la que la gente ha muerto por defender una idea.

Con esta novela, Pron ha dado un salto a la escena literaria internacional. Representado por la agencia americana Willian Morris, la novela ha vendido derechos a los países más importantes y las editoriales de más prestigio literario, como Knopf Flammarion (Francia), Faber&Faber (Inglaterra), Klim (Dinamarca), Rowohlt (EE.UU.), (Alemania), Muelenhoff (Holanda), Guanda (Italia) o Pax (Noruega).

Dice de él:

«A la altura del mejor Sebald, del primer Hanke, se tutea con Bernhard y ha superado a jelinek.» Félix de Azúa

«No se aparta de la perfección que cultivaron cuentistas como Horacio Quiroga y Jorge Luis Borges, ni tampoco de la escritura de riesgo que caracterizó la obra de Bolaño o Juan Rulfo.» Qué Leer

«A veces uno reconoce a un verdadero "autor-revelación" entre tanto humo editorial.» El Cultural

[...] exigencia y complejidad y una prosa de la mejor estirpe. Ponga el lector en esa estirpe los grandes nombres que prefiera [...] pero, imagine al escritor que imagine, junto a él estará Pron, con todo derecho. José Carlos Llop, Diario de Mallorca


El autor

Patricio Pron (Argentina, 1975) es autor de los volúmenes de relatos Hombres infames (1999), El vuelo magnífico de la noche (2001), El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan (2010) y Trayéndolo todo de regreso a casa. Relatos 1990-2010 (2011) y de las novelas Formas de morir (1998), Nadadores muertos (2001), Una puta mierda (2007), El comienzo de la primavera (2008), ganadora del Premio Jaén de Novela y distinguida por la Fundación José Manuel Lara como una de las cinco mejores obras publicadas en España ese año, y El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (2011), traducida al noruego, francés, italiano, inglés, neerlandés y alemán. Su trabajo ha sido premiado en numerosas ocasiones, entre otros con el premio Juan Rulfo de Relato 2004, y antologado en Argentina, España, Alemania, Estados Unidos, Colombia, Perú y Cuba. Sus relatos han aparecido en publicaciones comoThe Paris Review y Zoetrope (Estados Unidos), die horen (Alemania), Etiqueta Negra (Perú), Esquire (México), Il Manifesto (Italia) y Eñe (España). Recientemente la revista inglesa Granta lo ha escogido como uno de los veintidós mejores escritores jóvenes en español del momento. Pron es Doctor en Filología románica por la Universidad «Georg-August» de Göttingen (Alemania); en la actualidad vive en Madrid.

Capítulo 1 (extracto)

Entre marzo o abril de 2000 y agosto de 2008, ocho años en los que viajé y escribí artículos y viví en Alemania, el consumo de ciertas drogas hizo que perdiera casi por completo la memoria, de manera que el recuerdo de esos años -por lo menos el recuerdo de unos noventa y cinco meses de esos ocho años- es más bien impreciso y esquemático: recuerdo las habitaciones de dos casas donde viví, recuerdo la nieve metiéndose dentro de mis zapatos cuando me esforzaba por abrir un camino entre la entrada de una de esas casas y la calle, recuerdo que luego echaba sal y la nieve se volvía marrón y comenzaba a disolverse, recuerdo la puerta del consultorio del psiquiatra que me atendía pero no recuerdo su nombre ni cómo di con él. Era ligeramente calvo y solía pesarme cada vez que visitaba su consulta, supongo que una vez al mes o algo así. Me preguntaba cómo me iba y luego me pesaba y me daba más pastillas. Unos años después de haber dejado aquella ciudad alemana, regresé y rehíce el camino hacia la consulta de aquel psiquiatra y leí su nombre en la placa que había junto a los otros timbres de la casa, pero el suyo era solo un nombre, nada que explicase por qué yo le había visitado ni por qué él me había pesado cada vez que me había visto, ni cómo podía ser que yo hubiera dejado que mi memoria se fuera así, por el fregadero; aquella vez me dije que podía tocar a su puerta y preguntarle por qué yo le había visitado y qué había pasado conmigo durante esos años, pero después consideré que tendría que haber pedido una cita previa, que el psiquiatra no debía de recordarme de todas maneras, y que, además, yo no tengo curiosidad sobre mí mismo realmente. Quizá un día un hijo mío quiera saber quién fue su padre y qué hizo durante esos ocho años en Alemania y vaya a la ciudad y la recorra, y, tal vez, con las indicaciones de su padre, pueda llegar a la consulta del psiquiatra y averiguarlo todo. Un día, supongo, en algún momento, los hijos tienen necesidad de saber quiénes fueron sus padres y se lanzan a averiguarlo. Los hijos son los detectives de los padres, que los arrojan al mundo para que un día regresen a ellos para contarles su historia y, de esa manera, puedan comprenderla. No son sus jueces, puesto que no pueden juzgar con verdadera imparcialidad a padres a quienes se lo deben todo, incluida la vida, pero sí pueden intentar poner orden en su historia, restituir el sentido que los acontecimientos más o menos pueriles de la vida y su acumulación parecen haberle arrebatado, y luego proteger esa historia y perpetuarla en la memoria. Los hijos son los policías de sus padres, pero a mí no me gustan los policías. Nunca se han llevado bien con mi familia.

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