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El paciente inglés, la película

Anthony Minghella ("Truly, Madly, Deeply", "El talento de Mr. Ripley", "Cold Mountain") rubrica esta película conmovedora, escrita en un lenguaje clásico y perdurable, que habla de los grandes temas de la existencia, como el amor, la política, el rencor y la venganza, la muerte, la identidad, la pertenencia a la nación, o la voluntad. Una película épica, grandiosa, a la manera de las antiguas superproducciones, que no puede circunscribirse exactamente en la narrativa cinematográfica de los años 90.
El paciente inglés se presenta envuelta por unos elementos impecables: una espectacular fotografía, un guión bien hilado que conjuga una historia pasada a medio camino entre la pasión amorosa y la traición política, y una historia vital presente entre la necesidad de vivir y el irrefenable deseo de olvidar y morir, y especialmente una banda sonora magistral, mezcla de cuatro estilos aparente irreconciliables, que son los vértices sobre los que gira la historia. A saber, la canción húngara "Szerelem, Szerelem" (amor, amor) que habla de los orígenes húngaros del paciente, el aria de las "Variaciones Goldberg" de Bach que toca la enfermera en el piano del monasterio porque es la "pieza que más le conmueve en el mundo", la música de jazz propia de la época de la Guerra representada por "Cheek to cheek", "One o'clock jump" o "Where or when" y finalmente el leit motiv creado por Gabriel Yared, que confiere además unidad al conjunto combinando un estilo oriental, propio del norte de África, y un estilo más napolitano, característico de Italia. Lo dicho, una maravilla.
"El paciente inglés" nos recuerda al David Lean de "Lawrence de Arabia", o al Sidney Pollack de "Memorias de África" (cómo olvidar el vuelo sobre las dunas del desierto, trasunto del vuelo de Karen Blixen y Denys Finch Hatton sobre la sabana africana) y, aunque no alcance la valía cinematográfica de sus predecesoras, es una digna sucesora de ese cine entre lo éxotico, lo bélico o lo amoroso, que te hipnotiza y te transporta a otra época en que la lucha, la resistencia, la pasión, se escribían con letras mayúsculas. Esta película nos invita a soñar que en el amor no hay fronteras, ni físicas, ni temporales, y que lo importante son las personas, por encima de cualquier idea política o nacionalidad.
Esta película bella, tanto en lo visual, como en la historia que narra, que cuenta con un buen reparto encabezado por Ralph Fiennes, Kristin Scott Thomas y Juliette Binoche (que ganó un merecido oscar como actriz secundaria) y con destacables secundarios como Willem Dafoe, Naveen Andrews o Colin Firth, puede ser tachada por algunos como demasiado sentimental, o englobada en esa lamentable categoría de "cine para mujeres", pero más bien es una obra dirigida a los que no tienen miedo a sentir, a padecer a través de la torturada existencia de los personajes, a agitarse con una caricia en el cuello, a asombrarse por la belleza artísica, a alterarse por un encuentro demasiado tardío, a sobrecogerse por la necesidad de olvidar para siempre.
Por todo ello esta película está dirigida a los que deseen retirar la seca arena del desierto de sus ojos y sustituirla por tibias lágrimas de compasión.

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