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El argentino serial o "Serial writer" de Jorge Goyeneche

Los comienzos bíblicos testimoniados en los rollos del Mar Muerto han abandonado la proto historia e ingresado en la contemporaneidad: son los rollos del muerto ahora, vienen atados con una bandita elástica y cuentan -o reconstruyen, mejor dicho- la trágica e hilarante versión del poder más reciente, con un Supremo que gobierna a destajo y a tajo mutante, con empresarios "Micro" que intercambian favores y parte del harén y con discípulos que reconvierten contratos en prebendas. La novela de Jorge Goyeneche, nacida de cruces musicales, de delirantes pastiches y enroques literarios, suena magistralmente testimonial en su versión patafísica de la política, brindándonos un documento crudo, cuasi realista, del pasado más reciente. Goyeneche es un magnífico narrador, cargado de humor y de corrosiva ironía, por lo que la historia de este periodista que comienza a desenrollar nuestro pasado político también puede leerse ajena a todo contexto de referencialidad. Y ese es otro mérito del libro. El tono orgiástico y el mural desenfrenado de situaciones tiene un delicado final: make up para el serial writer exterminador y para el color local de una contienda que sabe de homenajes y de créditos de fondo. El argumento es lo de menos: film conocido. Goyeneche ha cometido una sabia venganza.


La política (palabras del autor)

Ya lo dijeron Los Redondos, “todo preso es político”. Agrego, todo relato es político. El poeta escondido en la torre de marfil es tan militante de una idea como aquel que muere fusilado por el dictador. Los escritores estamos inmersos en la realidad que nos rodea, sea esta cual fuere o creamos que es. A veces ostensiblemente, en otras ocasiones en forma más escondida o sutil. El Aleph de Borges habla tanto de la circunstancia político social argentina como Operación Masacre. Una línea de Gelman como una de Pizarnik. El Rubén Darío de “la princesa está triste” y el de la Oda a Roosevelt. Porque somos permeables al entorno, o más permeables, adheridos a él.¿Para qué negarlo, para qué disfrazarnos de apolíticos? ¿Quién dijo que ser apolítico es la gran cosa? ¿Qué quieren esconder los que afirman esa supuesta equidistancia, ese inexistente grado cero?
Podemos escribir sobre Colón o sobre un presidente enano, pero siempre estaremos buscando una respuesta a la actualidad. La literatura puede ser muchas cosas, aclararse con variadas definiciones, pero nunca deja de ser una exposición, una exhibición de mayor o menor calidad, un grito que pega el mundo a través de ese filtro que somos nosotros. Tal vez sea por eso que nadie recuerda al ministro de economía griego del siglo de Pericles, pero sí recordamos a Sófocles, a Aristófanes. ¿Quiénes eran los güelfos, quiénes los gibelinos? No sé, los confundo. Pero recuerdo perfectamente a Dante y su Divina Comedia. Y sigue resonando en mis oídos la más maravillosa música que son los versos de Homero. Y la prosa del pobre soldado español que defraudado por los políticos de su época nos escribió el Quijote. Ya lo dijo sabiamente Hölderlin, “lo perdurable lo fundan los poetas”.
Hace unos días vi un reportaje televisivo a Tomás Sanz, quien fuera Jefe de Redacción de la revista Humor. Dijo “donde hay política, hay humor”. Vuelvo a agregar o glosar: donde hay humor, hay literatura.
No es difícil escribir una novela en un país cuyos presidentes se han destacado por disparale a todo lo que se movía, bajarse los pantalones democráticamente ante un cobarde con la cara pintada, volar a la estratosfera, dormirse en el sillón presidencial después de rezarle una novena o un diezmo a San Banelco, montarse una damajuana sobre la cabeza enorme para festejar el triunfo de su enemigo, decir un patacón un dólar, a los delicuentes hay que meterle bala y bala, aplaudir la decisión de no pagar la deuda externa hoy y poner un diputado trucho mañana, un país de curas abusadores puestos como encargados de fundaciones para proteger a los niños, monseñores con valijas llenas de dinero para sacar de la cárcel a banqueros estafadores, el que puso dólares recibiribirá dólares, ser hoy un paladín de los derechos humanos pero no haber firmado jamás una solicitada o un pedido de habeas corpus a favor de un detenido/desaparecido. Poner como el tero el grito patotero contra los garcas acá y la plata allá. Ser militante de Vuitón, al grito de la vida por vuitón. Defender a los trabajadores desde un sindicato cuya oficina funciona en una propiedad que vale millones de dólares. Trenes balas, diarios progres que luego alquilan sus doce páginas sumisos a cambio de pautas publicitarias, capitales en Viedma, candidatos a todo que vienen de la tortura y del intento golpista, aeropuertos para transportar aceitunas, mundiales de fútbol para que el grito de la hinchada tape el grito de los torturados, una sociedad que hoy aplaude a un falso ingeniero y mañana a piqueteros cool.
Lo dicho, no es difícil ser novelista en la Argentina.

Leído el 5/7/8 en el Centro C. Malvinas como cierre de la presentación de Serial Writer.


Fuente: El día, La Plata y Furia del libro.

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