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Clark Gable, precursor de los destituyentes


En el escenario social actual podemos observar con no poco asombro cómo muchas palabras que habían perdido vigencia en la vida cotidiana, vuelven a utilizarse y a ser explotadas con una resignificación distinta a la otorgada en su origen. La posibilidad simbólica del lenguaje humano posibilita estos intercambios semánticos  de tal manera que un primate de dos metros de altura que se alimenta de hojas y frutos y  que habita en África, a orillas del Río Gabón, sea el máximo exponente de una mentalidad antipopular y golpista, en la Argentina actual. Lejos de desarrollar su vida tranquilamente en los bosques costeros de tierras bajas, este animal según las nuevas definiciones sociopolíticas, fue el culpable del derrocamiento de Perón en el 55. Pero no contento con este atropello anticonstitucional perteneciente ya al siglo pasado de nuestra historia, el enorme mamífero amenaza con destituir del poder a la legítima representante del pueblo, minando sus convicciones democráticas e inflamando el corazón de los opositores con su ideología imperialista y anti latinoamericana. De esta manera, aquellos disidentes del discurso oficial parecerían ser descendientes de esta especie, que desarrolla a diferencia de las demás un gen particular de antipatriotismo.

En verdad, esta nueva asignación del mal en términos éticos viene acompañada de una génesis cinematográfica poco recordada en nuestros días. Cuenta la leyenda que en Radio Splendid, en marzo de 1955, el famoso programa La revista dislocada ponía al aire un sketch donde se parodiaba al filme Mogambo —protagonizado por Clark Gable y Ava Gardner— cuya trama se desarrollaba en áfrica. Aldo Camarota, autor del ciclo, había creado el personaje de un científico alcoholizado que lideraba una expedición en busca de un cementerio de gorilas. En el camino, cada vez que escuchaba un ruido, el investigador, con varias copas de más, repetía "deben ser los gorilas, deben ser". 
Este latiguillo se convirtió en una frase tan popular que llegó a hacerse una canción. Al parecer, uno de los cuadros antiperonistas estaba escuchando el programa y decidió usar la palabra “gorila” como identificación entre congéneres a modo de contraseña, para evitar que se descubrieran sus propósitos golpistas. Esta autodenominación azarosa pasó a ser  con los años una designación acusatoria sobre quienes se sospecharan defensores de los gobiernos militares o proclamaran simplemente antiperonistas. 
En la actualidad,  tiene un alcance más extenso; el desacuerdo o la crítica severa al discurso oficial es un síntoma de “gorilismo” o mejor dicho, de enfermedad moral, de maldad latente en mentes maquiavélicas y satánicas que aspiran a quebrar la firme voluntad de un pueblo elegido, único y maravilloso.
El poder calificativo de las palabras ha elevado a categoría de enemigo público número uno a este herbívoro primate tan lejano a nuestra geografía como lo es un rinoceronte en la Avenida 9 de julio. De todos modos, estos dislates lingüísticos más cercanos al disparate que a la renovación lexicográfica ponen de manifiesto los usos políticos del lenguaje. Por ello, en tiempos de contienda electoral, la promoción de una palabra con el fin de generalizar su uso se convierte también en una forma de intervención social.
     
Fuente: Adriana Greco para Correctores en la red

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